El año pasado tuvimos un Thanksgiving supertradicional. Estuvimos en casa de unos amigos, Inma y Dustin, muy majos los dos. Dustin es americano, e hizo un pavo espectacular, riquísimo.
Este año decidimos ir a Nueva York. Jose había estado ya un par de veces antes, pero para mí fue la primera. Nos dimos una paliza impresionante. Fuimos conduciendo con un amigo mejicano, Carlos, que trabaja conmigo en el cole. Supuestamente se tardan 12 horas, pero había un atasco considerable a la entrada a la ciudad. Imaginaos: teníamos 5 días de vacaciones, de los cuales 2 nos los pasamos enteritos en la carretera. El viaje en sí es bastante anodino hasta que llegas a Pensilvania, donde ya se empiezan a ver montañitas.
No deja de resultar curiosa la impresión que causa New York cuando llevas ya más de un año viviendo en una ciudad como Chicago. Normalmente, la gente que viaja desde España, si es la primera vez que viene a los states, cuando llega a NY flipa con los rascacielos y lo enorme y distinto que es todo.
Eso fue lo que sentí yo cuando llegué a Chicago por primera vez.
Sin embargo, cuando vi New York no tuve ese tipo de sensación en absoluto. La ciudad me fue encantando desde un plano de realidad estricta. No sentía que estaba en un escenario de película de ciencia ficción. Ni siquiera tuve ese momento de "joder, qué fuerte, estoy en la Quinta Avenida de Nueva York", por ejemplo. Es difícil de explicarlo, pero creo que me desbordó su exceso de vida (ya sé, incluso a mí me dan "gómitos" al leerlo). Me iría a vivir allí mañana mismo. Antes incluso que a Londres.
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